domingo, 18 de enero de 2009

Gonzo México


Hunter S. Thompson, periodista norteamericano del movimiento libertario de los 60's, creó el género Gonzo Journalism, que hace referencia a un estilo de periodismo que incluye al periodista y sus visiones subjetivas como sujeto y objeto de la noticia.

Algunos lo calificaron de loco (naturalmente, en México, nunca nos permitiríamos tener un periodista decente, como lo fue Hunter), otros de genio. El hecho es que, como tal, fue uno de los periodistas más influyentes de su tiempo.

Su historia es una lección sobre lo que necesitamos en México: libertad a nivel de calle, libertad en el fondo, libertad en nuestro diario devenir.

Este artículo introductorio a mi blog personal no es una historia biográfica de Gonzo, el gran periodista. Para ello, simplemente les dirijo a las siguientes ligas: La vida de Gonzo, Fear and Loathing in Las Vegas, que tienen las recientes y maravillosas películas sobre su vida.

Este escrito es para los que ya le conocen. Para los que entienden lo que representó el movimiento de libertad que se dió en el Estados Unidos de los 60's y 70's. Que quieren que la revolución de conciencia que allá, en el país de la libertad de los que no la quieren, termine por consolidarse acá, en el sur yermo, en el sur del desierto neuronal que hemos colectivamente sembrado y cultivado para nuestra desgracia.

La elección reciente en los estados unidos y su desenlace, necesariamente nos remiten al mejor momento que los demócratas jamás han tenido políticamente: Jimmy Carter, el desenlace de la novela de amor que fueron los 70's, la década de Allen Ginsberg, el Whitman de nuestro tiempo, la década del amor como valor básico y el humanismo real, el igualitario, el que no divide, como regla básica de convivencia.

Escuchemos a Oscar Z. Acosta, rabioso y valiente caballo de guerra del Brown Power movement de los 70's, amigo personal de Hunter y protagonista de Fear and Loathing in Las Vegas:


En la película que sigue al libro del gran Dr. Gonzo, todo un clásico de culto para las nuevas generaciones y los mejor enterados, es personificado por Benicio del Toro ( genial, por cierto), como un Samoano, dado que Oscar jamás dejó que Hunter utilizara su identidad real para su novela.

En fin, basta de introducciones, la presente no es para hablar de películas, Thompson u Oscar (quien, por cierto, desapareció misteriosamente en un denso viaje por México, como tantos ilustres e inteligentes defensores de los movimientos libertarios de los 60's y 70's, como Bobby Kennedy, Marthin Luther King, Malcom X y tantos otros), sino para hablar de la libertad.

Como Mexicano de 31 años me pregunto qué diablos hicimos mal. Yo amo a mis padres. Amo a mis ex-maestros. Amo a mi plaza pública y a mis héroes. A todos ellos. Amo la manera en la que supimos hacer democracia, cuando era yo un verdadero enanete, desde la prepa hasta la carrera, vi crecer a mi país hasta darse un marco de gobierno plural. Amo la forma en la que perdí la virginidad a los 16. Amo haber sido criado en una ambiente plenamente ateo y relativamente respetado por la comunidad sud-californiana en la que me desenvolví como niño, adolescente y, finalmente, a la que tuve que abandonar para perseguir mis estudios.

Amo a mi país entero. Lo amo con locura. Amo nuestra manera de vernos, abrazarnos y saludarnos de beso. Amo la manera en la que hacemos comunidad con mucha mayor facilidad que en tantas partes de occidente. Amo que me haya dado la oportunidad de viajar lo suficiente como para aprender que, en efecto, occidente está delincuencialmente exento, en grado de traición a sus valores más profundos (y para probarlo habría que revisitar Los Diálogos del verdadero Griego original), de besos al estilo Mexicano. Al estilo suave de hacer amigos y beber el jaibol y sentarnos todos a ver el futbol o el box.

En fin. ¿Qué hicimos mal? ¿Dónde chingados la cagamos? En el México de Hoy (y nótese la mayúscula), está prohibido pensar. Está prohibido besar. Está prohibido amar a rajatabla. Está prohibido fumarse un porro y un cigarro y una luna a escondidas, como cantaban los Caifanes cuando yo me perdía en mi sofá, desnudo, esperando mi tiempo para cambiar este país. Porque mi generación sabe de cierto que eso es lo que se hace: cambiar al país, mejorarlo. Yo lo entiendo así y no conozco a uno en mi generación que, de una u otra forma, no entienda que somos nosotros los que hacemos de nuestro país uno excelente o uno mediocre.

No son soluciones las que nos ofrecen allá afuera. No para mi generación. Una de violentos competidores resultado antitético de los inanes y execrables ochentas pero, también, de buscadores del placer sublime, de perseguidores de belleza y, finalmente, de buscadores de estabilidad, de valores y valentía.

Somos la generación de la crisis. La generación de la incertidumbre. La de los que cuando teníamos 7 años la inflación estaba del carajo para luego controlarse y toparse con un temblor en el que perdimos padres, madres, hermanos, primos o, simplemente, perdimos las pelotas ante el enorme derrumbe que nos obligó a entender a la solidaridad como la inescapable responsabilidad del individuo para con su comunidad.

Inmediatamente después fuimos embelezados, a nuestra tierna edad, con la idea de una democracia posible. El fraude del 88 fué nuestro desencanto y nuestra pulla, como se hace con los toros, para seguir adelante, no matter what.

Vimos a nuestro país irse para arriba en la primera mitad del salinismo, algunos encontraron riquezas incomensurables. Para los 17 años, habíamos encontrado que los gobiernos no crean riqueza, sino la consumen, dilapidan y destrozan. Era el el 94, el año en el que todos nosotros perdimos la virginidad política y nos convertimos en cínicos.

Vimos morir a Colosio como quien vió Cobra, con Silvester Stallone. Vimos el dedeo de Zedillo como la única salida posible a un asunto que no entendimos.

Para el 95, asumimos las consecuencias de la eterna crisis y decidimos vivir, que es mejor que morir. Luego, los que pudimos, estudiamos y sacamos una carrera y en la misma guerreamos y demostramos lo que vimos en nuestra corta vida: que las cosas aquí no se hacen racionalmente y, por tanto, invariablemente, todo este país está diseñado para destruír la vida personal del ciudadano común. Millones de Mexicanos que viven en Estados Unidos, son una prueba irrefutable de este hecho.

Mi generación vió con beneplácito el alzamiento armado de los zapatistas, y con más beneplácito la reacción del gobierno inicial: cabizbaja, sabedora de sus pérdidas y pifias, contrita. Vimos ese momento de crisis y su potencial creador, su potencial de cambio y, ya lo intuíamos, lo vimos derrumbarse por el peso de la violencia priista y las ambiciones del subcomandante. Un líder más, como todos, igual que siempre.

Vimos, entonces, con esperanza a cualquiera que pudiera ofrecer una victoria contundente contra el PRI. El autor de nuestras desgracias. El que se robó todo y destruyó todo y, paradójicamente, construyó el país que, para entonces, teníamos decenas de años de amar.

Vimos a Fox y su audaz campaña publicitaria y le apoyamos. Hablaba de libertad, individualismo, competitividad y fuerza del pueblo compuesto de individuos libres. Hablaba de un futuro posible, de la capacidad de los mexicanos para trabajar y hacer su propio camino. No lo vimos, en aquella campaña, hacer algún tipo de proselitismo religioso ni cosa similar. Simplemente nos habló como ciudadano y le seguimos: era posible que el loco este, el Quijote de Guanajuato, pudiese, cuando menos, exhibir al PRI como nunca antes.

Fué para nada. Lo sabemos hoy. Fué para encontrarnos con un pactador apenas ligeramente distinto en estilo. Apenas ligéramente más decente. Exactamente igual de cínico.

Nos encontramos con su funesta esposa. La Señora Presidenta. La encontramos degollando periodistas. La vimos hacer del escándalo su firma. La descubrimos exprimiendo a prominentes empresarios (otras blancas palomas), para su campaña personal.

¿Hemos de creer en su magic cuchie o simplemente tendremos que creer en la imbecilidad (o perversidad) de su marido? El hecho es que nos costó división y odio y encono. Y esa moneda, lo sabemos hoy, destruye nuestra vida en sociedad.

Luego vino el 2006. Que es un tema por demás grotesco, del que ya no quiero escribir porque lo entiendo como un empate en todos sentidos: un empate en idiotez, en bajezas, en robos, en marrullería, en corifeos, en simulación, en cinismo, en violencia, en delincuencia, en asqueroso (perdón por repetirme), en asqueroso y vomitivo cinismo de los hoy presidentes de México (haigan sido, como haigan sido, que nunca vamos a saber).

Y luego empezó "el sexenio". Como tal, marcado por la sumisión ante unos u otros priistas desde su inicio: se implementó una estrategia mediático política fundamentada en el espionage y la compartición de información privilegiada con los peores (que son los únicos), políticos de México.

Vimos el lanzamiento de una estrategia "de seguridad" que garantizaba, desde su incepción, no sólo confrontación política a nivel de calle, sino sangre al por mayor. Sangre que compra votos. Sangre que compra popularidad. Sangre de mis conciudadanos, que compra posiciones políticas y aliados y enemigos y todo lo que de nuestros políticos puede esperarse. Sangre mexica, la sangre de siempre, sacrificada como siempre frente a las mismas piedras llermas, inútiles y estúpidas de siempre.

Y del otro lado no se hizo mucho mejor. Allá se inventó un tlatoani de tlatoanis. Se hizo la guerra florida desde un fraude totalmente irracional. El sacerdote decidió vestirse de la piel de su oponente y su oponente hace rato había desollado al ave que le serviría de disfraz. Amlo-tlatoani convocó a sus huestes en el templo mayor y se consagró dios vivo del todo cuanto nos rodea. Un dios erótico y sobador. Uno que supo hacerle de comparsa a Flavio Sosa y a delincuentes electorales como Arturo Nuñez o Manuel Bartlett (además un perverso represor). Uno que supo liberar a las plagas del apocalipsis sobre los duendes chuchulucos, los bigotones agachados, no menos cínicos, a los que intentó destruír sin misericordia alguna.

Sembradores, nuestros líderes, de catástrofes y odios, no encuentran resistencia de los míos, los que vimos a Mazinger Z y a Robotech como placebos contra la realidad e que no iba a alcanzar para el inchi ji joe, ni pal atari ni pa nimadres por el pinche gobierno.

Aquí estamos, carnales. Aquí estamos los de la generación que nació del 75 al 78. Mirando una vez más como se derriban las estúpidas paredes de siempre para construír otras nuevas, igual de inútiles, igual de imbéciles. Vemos cómo los de siempre aplastan a todos los demás. Cómo es que nuestro entramado instutcional, por el que en algún momento admiramos a nuestros padres, traiciona de cualquier manera no sólo a la moral, sino mucho peor: a la razón.

Me rehúso, como nuestros padres en su momento, a aceptar este estado de las cosas. Me rehúso a creer en que esto que nos han legado es el último camino. Me rehúso a aceptar el país tal-cual lo conciben las televisoras. Me rehúso a amar el México que los imbéciles que unos y otros pretenden que acepte ciégamente.

Desde aquí afirmo que mi generación no ha visto todo esto para aceptar en silencio. Mi generación no ha crecido viendo las consecuencias de la ausencia de libertad para aceptarla como norma. Desde aquí digo que mi país será uno libre, uno nuevo, porque lo vamos a hacer así.

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